...[Dime si sacaste ya la plaza, si piensas a veces en mí, si en el segundo trimestre tuviste otra amenaza, si me guardas rencor por lo que te prometí. Si te ha llegado la hora de hacerte tutora, si ahora ya por fin me ves como escritor. Si dejarás que te ate la zapatilla con un cordón posterior. Si me vas a dar una pastilla para que me haga mayor. Si te sigues sabiendo de memoria mi planilla. Si ya sabes por dónde viene la veta del salmón. Si cuelgas cosas mías en el corcho de tu habitación. Si te sigues quejando que el Calipo te modifica el fenotipo. Dime por qué tienes esos envases de fluoxetina en el cajón de la cocina]
La única publicación sobre Atención Primaria con factor de impacto negativo.
viernes, 27 de octubre de 2017
martes, 10 de octubre de 2017
PENITA.
Todos sabemos que la mayoría de
las vacunas son fabulosas, que evitan enfermedades y sufrimientos innecesarios.
Sin embargo, algunas de ellas
tienen una utilidad dudosa, y el beneficio para el coste que representan es
escaso o nulo (Rotavirus, Meningitis B, Virus del Papiloma Humano en mujeres no
vírgenes…).
El Sistema Nacional de Salud las
ha evaluado y ha llegado efectivamente a esta conclusión, por lo que ha
decidido no financiarlas.
Es una discusión técnica y muy
compleja, y las autoridades administrativas encargadas del tema han concluido de este modo.
La venta de las vacunas (y el
miedo) es libre, y el que quiera puede comprarlas en la farmacia y ponérselas a
los niños.
Los padres consultan preocupados
a los pediatras y a las enfermeras de los Centros de Salud.
La consulta no nace
milagrosamente y de la nada. Alguien se ha encargado de poner en la agenda el
tema, de abrir el debate, de inundar los medios con informaciones.
Las recomendaciones de los
pediatras y las enfermeras son variadas. Pero un alto porcentaje se inclinan
hacia el “ponle la vacuna”, en sus diferentes modalidades: “no es necesaria
pero si puedes pagarla pónsela”, “es una enfermedad infrecuente pero si te toca
el caso las consecuencias son fatales”, “yo la estoy recomendando”, “los
pediatras la estamos recomendando”, “yo te digo lo que dice la Asociación
Española de Pediatría…”.
Al final, se traslada una
decisión compleja sobre la que los profesionales no se han puesto de acuerdo a
los pobres padres, que nada conocen, salvo el principio de la precaución.
Probablemente ésta disyuntiva no
tendría ninguna trascendencia si no fuera por dos consideraciones.
La primera es que estas vacunas
son caras, o al menos pueden llegar a representar un importante esfuerzo
económico para la mayoría de las familias. Los sanitarios no siempre somos conscientes
de las dificultosas condiciones económicas en las que se desarrolla la vida de
la mayoría de los pacientes.
La segunda es que los colectivos
profesionales que recomiendan estas vacunas están (en general y lamentablemente) invadidos
hasta la médula por las influencias de la Industria Farmacéutica.
Existen también profesionales que
no participan de los pagos encubiertos de la Industria, pero que se informan
con los materiales y las recomendaciones de las Sociedades Científicas
(Asociación Española de Pediatría, Sociedad Española de Ginecología y
Obstetricia, Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria, Asociación Española de Vacunología etc), con lo
que estamos en las mismas.
La poderosa “Industria de las
vacunas” es muy habilidosa y puede aceptar ciertas derrotas en algunos ámbitos
(en el de la Administración, en el de la Salud Pública…) si sigue conservando
la influencia sobre los que tienen el monopolio del contacto con los padres:
los pediatras y las enfermeras de los Centros de Salud.
Cada congreso, cada cena, cada
catering de cada charla, cada pago debía de tributar para pagar las vacunas de
una familia con dificultades económicas, sugestionada y asustada.
Qué penita.
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