En estos días hace un año que leí
mi tesis doctoral. Quedé tan exhausto y noqueado que he tardado tanto tiempo en
poder escribir algo que no fuera por encargo.
Las tesis, al parecer, no se
presentan ni se exponen, sino que se leen, del mismo modo que la droja no se
compra, sino que se pilla.
Recuerdo la fascinación que sentí
cuando conocí por vez primera la historia de Favaloro. No hay una droja tan
potente como la fascinación. Tuve la certeza de haber descubierto un diamante
que nadie había (de)mostrado ni pulido. Me iba a la cama con la convicción de
que había hallado un tesoro y me despertaba con el terror de que alguien, en
alguna parte del mundo, lo hubiera descubierto a la vez. También recuerdo las
horas invertidas enfebrecido en la certeza de que había algo nuevo por
descubrir, un detalle, un dato, un secreto… que voltearía toda la historia tal y
como la conocíamos, y que iba a ser llo el que lo hiciera. Andando el tiempo,
nos convertimos el investigado y yo en un matrimonio aburrido, por lo
prolongado y por la carga de trabajo en relación, y desde luego que si por mí
hubiera sido, hubiera matado al personaje a la mitad de la tesis y hubiera
convertido a ésta en una novela.
Los mitos que viven (si es que
estas dos categorías pudieran ir juntas alguna vez) tienen eso de bueno; son
mucho menos legendarios, pero te pueden dar el trabajo hecho.
En resumen, Favaloro (La Plata,
Argentina, 1923) fue un alumno de la Facultad de Medicina de origen clase baja,
hijo de un carpintero y una modista, alumno brillante, de vocación quirúrgica,
que al terminar el internado se quedó sin una plaza de cirujano por no firmar
conformidad con el gobierno peronista de entonces.
Marchó a un pueblito del interior
a sustituir a un médico rural por tres meses y se quedó diez años. Allí montó
una clínica con consultorio, ingreso hospitalario, servicio de radiodiagnóstico
y prestaciones quirúrgicas mayores. Practicó la Medicina Comunitaria, trabajó
los Determinantes Sociales de la Salud involucrando a la red de asistencia
local y luchó por reducir la mortalidad infantil. Un trabajo de impresión para
la época.
Durante su estancia como médico
general rural en ese periplo, acudía a sesiones clínicas quirúrgicas en Buenos
Aires y se seguía formando leyendo las publicaciones que le llegaban
puntualmente al pueblo.
Un día le preguntó a uno de sus
maestros de la Facultad cuál era el mejor lugar del mundo para formarse como
cirujano cardíaco y éste le contestó que la Cleveland Clinic (EEUU), porque
había un tipo llamando Mason Sones que había inventado en un sótano una técnica
para visualizar con un contraste el árbol coronario (cateterismo).
Con 38 años se plantó allí con
una carta de recomendación y sin hablar inglés. Le acogieron como observador y comenzó
a ponerse al día en las líneas quirúrgicas de la clínica.
Tomó la idea de la
revascularización que se estaba utilizando en procedimientos renales y
vasculares periféricos y la aplicó a las arterias coronarias, con lo que
consiguió puentear una lesión. Tenía 45
años. Comenzó a poner todo su empeño en desarrollar y difundir la técnica, en
contra de las resistencias de los clínicos. Asimismo, los estudios de los años
70 y 80 fueron colocándola en su lugar.
Cuando lo tenía todo, y le
ofrecían la millonada in everywhere, Favaloro decidió regresar en los 70 a la
Argentina, en plena dictadura, a construir su proyecto soñado: un centro con
asistencia (hospital), docencia (universidad) e investigación (laboratorio) que
fuera referencia latinoamericana y desde donde expandir las prestaciones en
cirugía cardíaca y los profesionales que ahí se formaran al resto del
continente.
Favaloro quería atender a todos
los pacientes por igual, en el contexto de un sistema sanitario que ofrecía
diferentes servicios a los pacientes, distintos según la posición que ocupaban éstos
en la sociedad.
Esta circunstancia y la necesidad
de una financiación adecuada, hizo que se tuviera que entender con el poder
político de su país, con desiguales resultados según la época, y sobre todo, según
el presidente de turno.
El sistema sanitario argentino
está, como todos los latinoamericanos, orientado al mercado, y preso de muchos
intereses que no siempre tienen que ver con la salud y con la satisfacción de
las necesidades de los pacientes.
El proyecto de Favaloro sin la
ayuda y el empuje estatal era inviable y caminaba a la quiebra técnica, como el
país entero.
De alguna manera derrotado él e
impugnado el sueño y el proyecto de su vida, decidió pegarse un tiro en el
corazón a la edad de 77 años.
Creo que es relevante el hecho de
haber escrito la tesis no de algo, sino de alguien. La Universidad española deja
espacio para la mitomanía, y eso yo creo que es una virtud del sistema
educativo español. He llegado a un grado de comunión con el objeto de la
investigación extraño. Porque él para mí lo ha sido todo estos años y yo para
él no he sido nada, básicamente porque está muerto. Una relación muy asimétrica
jjj. Lo que más lamento de su muerte, evidentemente, es que no vaya a poder
leer la tesis que llo he escrito sobre él. Siempre me pregunté que qué pensaría
él de ella. ¿Le hubiera gustado? Yo lo que tengo claro es que debe molar que te
mueras y te escriban una tisis.
Además, reconozco que si yo le
elegí a él para escribirle la tesis fue porque de alguna manera anhelaba su
figura y sus logros. Según avanzaba el tiempo, cuando desapareció la ENR
(Energía de Nueva Relación) quedó un desenCANTO GENERAL que es difícil de gobernar e
integrar en una especie de normalidad. Luego lo que tiene el estudio profundo
es que da para desenmascarar las contradicciones, y en cierta manera no puedes
dejar de sentir una pequeña decepción. Luego están los otros, y en un país tan
polar y pasional como la Argentina, en seguida aparecen detractores de la
figura de Favaloro que parece que les va la vida en ello y que te enmiendan a
la totalidad y te lo tumban todo jjjj. Madre!
Y luego esa sensación tan
universal que tienen todos los que han hecho la tesis de que no la va a leer ni
dios jjj. Pues ahí la dejo, para que la NO-descarguéis y la NO-leáis.
Hasta luego.