No hay un tatuaje tan auténtico y
cargado de significado como una cicatriz. Es gratuito o financiado por la
Seguridad Social. La cicatriz es mucho más indisoluble que el matrimonio y el
Colacao, porque permanece en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte nos
separe.
La existencia o no de una cicatriz
pone a prueba la verdadera condición de una herida, con lo que la primera se
constituye como un marcador de daño completamente validado. No hay personas más
entrañables y peliculeras que las que exhiben las cicatrices como un trofeo,
con orgullo. ¡Cómo pueden ser capaces de existir la heroicidad y la épica en un
cuerpo sin cicatrices! Eso es como un revolucionario que lo único que ha hecho
es pasarse su existencia entera leyendo libros encerrado en una habitación.
Hay cicatrices que se ven y otras
que no se ven. Las que no se ven se revelan con la cualidad apasionante de todo
lo que en la vida no es apreciable a simple vista. Cuando tú llegas a una
cicatriz oculta, bien por la condición de amante bien por la de médico, tienes
la certeza de encontrarte en un territorio medio prohibido.
Entre las cicatrices que no se
ven destacan las del alma. De todos es sabido que un infarto agudo deja una cicatriz
en el miocardio que restringe su contractilidad y su función ventricular
futura. Algo parecido pasa con las cicatrices en el alma. Llega un momento en
que la oportunidad de generar una presión emocional y sistólica mínima con la
que presentarte ante la circulación periférica es completamente nula.
Aunque la cicatriz nos parezca
ajena, no hay una estructura más propia, porque dígame usted si no quién es el
propietario y el depositario del fibroblasto.
La piel, el celebro y el alma son
una tábula rasa que pronto comienzan a llenarse de contenido.
Cualquier persona mínimamente
observadora y viajera habrá advertido que las personas en Latinoamérica tienen
muchas más cicatrices que en la vieja Europa, más la clase baja que la alta; lo
que refleja, resume y ejemplifica otros muchos aspectos en relación.
Una vez iba por la calle y vi a
una persona en el suelo, portuguesa y semiinconsciente. Adiviné un trozo de
parche de nitrato en la región infraclavicular. Le rompí la camisa a lo bestia
como Jul Jogan y escuché el crujir de los botones como crujen las costillas
cuando revientas a compresiones torácicas a una persona. Vi una cicatriz que
alcanzaba del esternón al ombligo. Me sentí tan ingenioso y tan
de(tec/duc)tivesco, recuerdo, por ser capaz de comprender la condición de
cardiópata del paciente a partir de mi sagacidad. Le comencé a cascar
Trinisprays como un loco asumiendo un infarto. Llamé a la UME y se lo entregué
más salvo que sano. Después les pregunté que qué tenía el paciente. “Un infarto
no era”, seguido de “nos lo diste totalmente chocado, hubo que ponerle Dobuta a
chorro y no remontaba ni pa dios”.
Dijo el maestro: “no hay sutura
mal dada, sino paciente mal cicatrizador”.
Hay cicatrices que te recorren la
espalda como un escalofrío. Cicatrices por las que todo el mundo pregunta antes
o después. Cicatrices que duelen. Perpendiculares a las líneas de Langers. Cicatrices
que hacen cosquillas. Con formas. Que pasan a formar parte de la idiosincrasia
de la persona hasta el punto que ya no te la imaginas sin ellas. Cicatrices
que dejan huella. Cicatrices generacionales como las de la vacuna de la
viruela. Tatuajes de calcamonía también llamados cica(c)trices. Hay cicatrices
que se mueven al ritmo del coito. Cicatrices a las que se te va la vista como
al agujero de la muela que falta en vez de al resto de la piel o la dentadura. Cicatrices
rectilíneas, delgadas y largas que revelan un tajo aparentemente impresionante,
pero finalmente superficial. Cicatrices puntiformes, pequeñas y prácticamente
insignificantes, que son la minúscula puerta de entrada de una puñalada que
llega hasta las entrañas. Hay cicatrices que son de firma quirúrgica y otras de
firma callejera, pero cicatrices las dos finalmente. Cicatrices cuaternarias y
primarias, pues. Hay cicatrices en la cara y en la mama. Cicatrices de haber
vendido un riñón. No-cicatrices; que finalmente no fueron. Hay cicatrices que
loides.