Un par de semanas, dentro de mi trabajo de verano como médico rural en un pequeño pueblo, me mandaron a pasar consulta a un consultorio que dependía del Centro de Salud donde yo hacía las sustituciones, en un pueblo mucho más pequeño que el que era la cabecera. Anejos; es como se suele designar a estos pueblos satélites, sin que yo pudiera evitar pensar en la casquería o en los ovarios, cuando escuchaba esa palabra.
Había un solo médico y se iba de vacaciones.
Si el trabajo de médico de familia es solitario y la vida y la medicina en un pueblo es solitaria, la vida y la medicina en un anejo es un páramo en el que nada se mueve.
Una mañana, cuando salí de la consulta a llamar pacientes, vi a una chica de mi edad más o menos en la puerta, que blandía un portafolios en la mano.
- Hola, buenos días – me dijo-. ¿No está Fran?
- No – contesté-, está de vacaciones. Estoy yo sustituyéndole. ¿Querías algo?
- Bueno, es que venía a hacerle una visita médica.
- Vale, bueno, pues si quieres te veo yo, que no viene hasta dentro de dos semanas.
- Bueno – me dijo-, no sé si me he explicado, que vengo de un laboratorio.
Le dije que me disculpara, que yo no solía recibir a los visitadores médicos. La chica se quedó sorprendida, como si no hubiera escuchado eso en su vida ni contemplado esa posibilidad.
A mí su figura me llamó la atención y me pilló desprevenido, porque era una chica normal. Es decir, no era una tía buena, ni venía maquillada ni en traje de noche, que en esas regiones rurales daban mucho más el cante porque el contraste con la población era más acusado. Pensé si sería de un laboratorio de genéricos o algo así. O si llevaría el Ibuprofeno, la Amoxicilina o el Cloruro Mórfico.
Justo en ese instante llegaron un par de pacientes, con lo que me despedí vagamente de ella y les hice pasar. Había transcurrido media hora y salí a Administración a una cosa y vi a la chica sentada en la sala de espera del consultorio. Volví a salir media hora más tarde y allí seguía.
Le pregunté a la administrativa y me dijo que estaba esperando a que la pasara a recoger un compañero, que era también sustituta y no tenía coche.
Un día, yendo para el pueblo que era la cabecera del consultorio, donde yo vivía, la vi apostada en la parada del bus y le dije que si quería que la acercara. Dudó un poco pero finalmente accedió.
Me estuvo contando durante el trayecto lo mal que estaba su oficio y emitiendo todas esas quejas tan típicas de nuestros días.
Pasó otro día por el Centro de Salud a dejarle no sé qué a la enfermera y yo justamente salía a comer algo. Le dije que si quería venir, porque yo me aburría mucho allí en general, que hacían unas tostadas con tomate muy ricas en el bar de al lado, a condición de que ella no me invitara a mí sino que yo la invitaba a ella o que cada uno pagaba lo suyo. Me preguntó el por qué de esa insistencia y le dije que porque yo era firmante del manifiesto No Gracias. Ese manifiesto, hasta donde yo conocía, no prohíbe que seas tú el que invite a la Industria Farmacéutica, siempre que ellos no te devuelvan la invitación.
-¿No Gracias? - me preguntó-.
Aproveché la ocasión para hacer un poco de proselitismo. Era un alma muy cándida, que acababa de comenzar a trabajar para La Bicha y no oponía mucha resistencia, porque no tenía todavía una nómina fija que dependiera de ello. Flipó cuando le conté todo lo de los bifosfonatos y lo de la inutilidad de las estatinas en prevención primaria, lo de los IBPs y todas esas historias tan rearchiconocidas ya.
La invité a unas jornadas científicas que se celebraron en mi casa un fin de semana, en régimen de alojamiento y desayuno, con alguna comida de (tr)abajo incluida y una cena de gala en la terraza.
Hubo stands publicitarios en la estancia principal, vales para copas y varios simposiums. Resultó una completa taruga.
Al final de la primera noche induje una prescripción en forma de beso. Se había comido una piruleta de fresa hacía un rato y cuando degusté su boca, recordé aquella escena de Jamón, jamón donde Penélope Cruz le pregunta a Jordi Mollá si lo que le gusta de sus senos es que le saben a tortilla de patata con cebolla, y le dije:
- Nunca antes me habían dado un beso con sabor a Dalsy.